La vida es tan corta, y son tantos los libros

  • Por:
  • Carlos Sánchez Almeida

- ¿Es Internet la Biblioteca de Alejandría actual?

Sí, desde luego que Internet es el equivalente a Alejandría y su Biblioteca. Se calcula que con la quema de los papiros de la primera Biblioteca de Alejandría se perdieron tres cuartas partes del conocimiento de la época... a veces me pregunto qué es lo que provocaría la caída de Internet.

- ¿Alguna teoría?

No, la verdad es que no se me ocurre qué podría ocurrir para destruir ese gran universo.

-- Alejandro Amenábar, en una entrevista

Nada expande tanto la conciencia como la convicción en la inevitabilidad de la muerte. Desde su primer cortometraje, todas las obras de Amenábar han girado sobre el mismo tema, su particular obsesión: la muerte física. Pero le han hecho falta unos cuantos años para conseguir una perspectiva más amplia; es lo que tiene hacerse rico: mientras lo estás intentando, tus perspectivas son mucho más reducidas...

Lo dijo Kavafis: en el largo camino hacia Ítaca, siempre se vuelve a Alejandría. Y antes o después, el viajero abre los ojos para entender el mensaje del cojo inmortal:

Retirado en la paz de estos desiertos,
con pocos, pero doctos libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos,
y escucho con mis ojos a los muertos.

¿Qué puede destruir Internet? Todo depende del concepto que cada uno tenga de la Red. Pero para los que desde hace muchos años la hemos visto como una inmensa biblioteca, existe una amenaza mucho mayor que la de los parásitos del papel. Y esa amenaza se llama copyright.

Sin libertad de copia nunca hubiese existido la Biblioteca de Alejandría. Cuenta Simon Singh en "El enigma de Fermat" cómo se confiscaban todos los libros de los barcos que atracaban en el puerto de Alejandría, de forma que pudiesen ser copiados por los bibliotecarios. El original iba a la biblioteca, y la copia era embarcada de nuevo, para ponerla a salvo de los incendios y de la intolerancia.

Internet fue durante mucho tiempo un océano poco profundo, con mucha información sobre la actualidad, pero escaso fondo bibliográfico: los libros seguían en manos de las editoriales. Poco a poco, el trabajo constante de miles de manos anónimas han traído al océano la posibilidad de una isla. Una isla en la que salvar a millones de libros de las garras del copyright.

La codicia ciega a los editores, y empiezan a cometer el mismo error que en su día cometieron los magnates de la industria discográfica: insultar al público. En breve cometerán el segundo error, inundando el mercado con obras mutiladas con medios anticopia, en la vana esperanza de domesticar a los lectores mediante sistemas DRM.

Carpe Diem, no perdamos el tiempo. Mientras ellos discuten sobre el sexo de los ángeles, nosotros tenemos mucho trabajo por delante. Con o sin Google, hay que conseguir que todo el patrimonio bibliográfico de la humanidad esté disponible gratuitamente en Internet. Quizás puedan domesticar el futuro, pero jamás podrán quitarnos lo que ya está escrito.

Confieso que me he resistido durante mucho tiempo a dejar el papel: los lectores tenemos una relación cuasi fetichista con nuestros libros favoritos. Pero qué quieren que les diga, la carne es débil: desde que me compré mi lector de e-books no he vuelto a cargar con un solo libro en papel.

Lo que digitalicemos ahora, será nuestro para siempre, y lo será para nuestros hijos. Sólo necesitamos lectores libres, en los que almacenar víveres para los tiempos de resistencia que se avecinan. Mi consejo es que busquen, comparen y compren el más barato, que soporte más formatos y con mayor duración de batería. Y llenen cuanto antes su tarjeta de memoria, para poderla intercambiar con su vecino si algún día nos queman Internet.

Aprendan cuanto antes lo que tanto tiempo le ha costado entender a Amenábar: nunca tendremos suficiente vida para leerlo todo.

 

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