Red Dead Redemption: el crepúsculo moral de Occidente
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Con independencia de su ejecutoria política, no puede negarse a Ángeles González-Sinde un singular talento literario. Y precisamente por ello, cuando por fin regrese a la actividad creativa debería plantearse desarrollar la misma en el ámbito del videojuego. Lo digo sin ningún atisbo de ironía: estoy hablando muy en serio.
Dos de las mejores novelas de ciencia ficción que he podido leer en los últimos años, Carbono Alterado y Leyes de Mercado, donde se contiene la más acerada disección del neoliberalismo tecnológico, son obra de Richard Morgan, un escritor genial que se ha pasado con armas y bagajes a la industria del ocio electrónico. En la actualidad trabaja como jefe de guionistas del próximo lanzamiento de Electronic Arts y Crytek, Crysis 2, y de vez en cuando hasta se permite ejercer de crítico literario, lanzando mordaces pullas contra los autores de Halo y Modern Warfare 2.
Desde hace algunos meses, debo economizar mis horas de ocio, lo que me ha obligado a prescindir de forma casi absoluta del cine y la televisión. El poco tiempo del que dispongo lo invierto en dos formas de arte que considero superiores: la literatura y los videojuegos. Y desde hace dos semanas vivo en estado de éxtasis, desde que la aparición de Red Dead Redemption consiguió el mestizaje absoluto de la gran épica: un texto excepcional y la mejor técnica cinematográfica al servicio de la obra maestra del ocio contemporáneo.
El sujeto, objeto y destinatario final de toda obra artística es el ser humano. Entender lo que somos, y explicarlo, es el desafío más difícil para un verdadero artista. Pero situarse en la línea fronteriza que separa el orden del caos, y darse cuenta de la inmensa mentira que sustenta todo sistema de valores, está al alcance de muy pocos.
Después de haber viviseccionado en la sala de autopsias el sueño americano, Rockstar ha buscado el más difícil todavía, enfrentándose al crepúsculo moral de Occidente. Y en la última frontera donde se estrellaron dos imperios, nos sitúa ante el paredón que merecemos. ¿El libre albedrío? Un cadáver reseco.
El Crimen no paga, pero el Sistema tampoco. Después de perseguir durante millas a dos fugitivos, y cazarlos vivos, se los entregué a un comisario, para ver cómo los liquidaba sin juicio, sólo por el placer de matar. Esa escena resume en dos disparos el porqué de tantos suicidios perdidos en el juego, en un territorio que parece sacado de las peores pesadillas de Cormac McCarthy. Sólo al final de la trama se entiende la terrible moraleja:
“Traje del FBI: Con este traje Marston goza de total inmunidad ante la ley. Puedes cometer cualquier acto atroz, que nadie se atreverá a juzgarte. Para conseguir ser todo un agente federal debes completar el juego al 100%.”